En estos días de viaje hacia tierras del interior, esas tierras denominadas actualmente como parte de esa España «vaciada», benditamente «vaciadas» de contaminación, ruidos y estrés, he tenido alguna reflexión que me gustaría compartir.
Paseando por un camino cercano al pueblo, disfrutando de los colores del otoño pintados en las hojas de los olmos (pese a este cambio climático que hace que a estas alturas de octubre haga tanto calor), me senté en un banco y pensé (de vez en cuando lo hago).
El otoño es la época en que los árboles de hoja caduca sueltan las hojas secas y anuncian el comienzo del invierno, y en una similitud, (un poco manida es cierto) con el ser humano, es la época de soltar todo lo gastado y viejo que ya no sirve, para plantar las semillas en el invierno, que florecerán en primavera.
Observando a los árboles en su sabiduría ancestral, me he dado cuenta que el árbol tiene que querer soltar la hoja, dejando de llevar savia a la misma, pero observé que la hoja solo caía si había una brisa que la empujara a hacerlo, para mí, esa brisa es la vida misma, que aunque a veces no queramos soltar las hojas, nos da ese «empujoncito» que nos hace falta para terminar el ciclo.
Déjate mecer por la brisa y suelta las hojas que ya no te hacen falta, para afrontar el invierno limpio para gestar los nuevos brotes que la primavera hará evidentes en tu vida.