Hoy he ido a caminar, como hago muchas veces, por lo poco que queda de bosque, en la zona del río Turia, en La Vallesa. Normalmente me acompaña mi chica, pero hoy, por esas cosas que tiene las «causalidades» de la vida, no ha venido.
He empezado a caminar al final de la calle 17, paralelo a la vía, esa vía de tren que me acompañará durante todo el camino y que solo se hace presente cuando uno de los trenes del metro anuncia su llegada con un sonoro pito y el ruido potente de sus motores.
Como siempre que empiezo a caminar, he notado la falta de equilibrio sobre el camino de piedras y como al cuerpo le cuesta arrancar, por la falta de costumbre, (hace tiempo que no salía), pero bueno, eso es parte del proceso de retomar el sendero y lo asumo.
Para ajustar el paso, me he puesto a respirar a ritmo, ritmo lento al principio, que luego he ido aumentando conforme andaba. Es increíble lo que hace la respiración cuando lo hacemos con conciencia.
Al empezar a respirar así, inhalando por la nariz y soltando por la boca, el ritmo de tu caminar se ajusta al de la respiración, es como si todo tu cuerpo se pusiera de acuerdo (desde la punta de tus pelos a las añas de tus pies), y te dijera: «vale vamos a caminar».
Cuando todo esto está funcionando, es cuando empiezo a tomar conciencia de dónde estoy y por dónde voy. Camino por un bosque, en el que veo árboles jóvenes, de mediana edad, viejos pinos grandotes y otros que han pasado a formar parte de la tierra.
También veo monte bajo, con sus florecillas blancas, amarillas, alrededor de los pinos, piedras envueltas en musgo y hierbas de todo tipo que no soy capaz de identificar porque no tengo conocimiento sobre ellas, pero que forman parte del bosque igualmente.
Y además de ver, siento. Siento que el bosque es un Ser que siempre esta ahí, compuesto de cientos de criaturas que forman un todo que funciona, al ritmo de la vida. Lo mismo que yo cuando respiro, me pongo de acuerdo con todo mi cuerpo para caminar, el bosque se pone de acuerdo para evolucionar, para crecer, para nacer, para morir.
Aprendo de él que aunque este siempre en el mismo lugar, con sus raíces fuertes ancladas a la piel de la Pachamama, cada vez que vuelvo a caminar por sus senderos ya no es el mismo, ha evolucionado, se ha adaptado a las circustancias y ha crecido.
Algunos árboles han muerto, otros crecen, otros están germinando dentro de la piel de Gaia, que los acoge con amor, pero todo a un ritmo, el ritmo de la vida, el sagrado ritmo de la Vida.
Yo siento esa vida en mi interior, también mi vida es una contínua evolución, un encuentro con el Ser, un camino hacia mi alma; también tengo que desprenderme de las hojas secas, también tengo que crecer al ritmo de la Vida, viviendo el momento presente, como el bosque, que no se plantea lo que fue ayer ni piensa en el futuro con miedo, simplemente evoluciona, en Unidad y además regalando belleza, que nos solazan el alma y frutos que nos alimentan.
Creo que si los seres humanos escucháramos la voz de Pachamama, sabríamos volver a nuestra esencia, evolucionando como el bosque, con fuertes raíces en el suelo, pero con las puntas de nuestras ramas creciendo para alcanzar el cielo, ser más felices y vivir en paz.